A principios de este año, sentada en una balsa que surcaba el río Usumacinta desde la Selva Lacandona hasta Guatemala, conocí a Stuart; recuerdo su sorpresa y su entusiasmo, tan inherente a su nacionalidad americana, cuando después de saludarnos le conté un poco de mi vida de viajes y de mis planes para este año.
Recuerdo que me preguntó si no era difícil estar siempre a mudar de piel, de casa, de entorno y de amigos. Puedo verlo de nuevo con la barba tupida y esa risa que ahora recuerdo tan deliciosa y en ese momento sentí falsa y exagerada.
Sí, es difícil, le respondí: el paso del tiempo es lo más difícil y no sé si algún día me acostumbraré. He elegido vivir de esta forma porque no puedo concebir otra manera de sentirme más presente; porque quiero usar el poco tiempo que tengo descubriendo el mundo y siendo sorprendida por visiones, pláticas y sensaciones. No conozco otra manera de sentir más, de sentir cada día conscientemente, cada sol, cada atardecer. Pero siempre sé, que hay algo o alguien que no regresará, que no volveré a ver, y a decir adiós nunca he podido acostumbrarme.
La gente que conozco es cada vez más cercana a mi alma y así voy dejando a mi tribu repartida por el mundo apenas la estoy conociendo.
“Stu, this is what I was trying to tell you the first day we meet at the boat: Time, when you are traveling, is such a tricky thing. Constant change makes you realize how fast it goes. Everything is happening, you are open and life has a whole set of wonderful rules. My liquid time, I like to call it…Time is a dimension you inhabit much more consciously while on the road. In my case every chance and every minute is a steering wheel that my just turn everything upside down. You get to gain and say goodbye to so many things in such a short period. For the second, I don’t know if I will ever be ready.”
Se creería que la practica hace al maestro y quiero pensar, que a pesar del dolor y de la premonición de nostalgia, cada día que paso en el camino estoy un poco más tranquila, más agradecida con los momentos que tengo y más preparada para las despedidas; que no son sino bienvenidas de lo que sigue.
Uno no puede prepararse para las perdidas a pesar de que sabe, irremediablemente, que vendrán. El último día, la última vez, el último beso llega y se está demasiado preocupado viviéndolo para percatarse de que es, en realidad, el último y poder despedirse al mismo tiempo, y así siempre después miro hacia atrás con deseos de uno más, tan sólo uno más: porque fue tan bueno…
Cada verde demasiado verde, cada viento fuerte, cada calor aniquilante, cada caricia, cada sol que desciende frente al mar, pienso: despídete, Sofía, despídete: hoy lo tienes, esta aquí a tu lado, esta siendo parte de tu vida… hoy, hoy, hoy, estás aquí y todo está pasando.
Y el fin llega, siempre llega; y a pesar de que a veces lo espero con ansias, siempre tengo nostalgia del para siempre que representa un cambio.
Nada te prepara lo suficiente para el sentimiento de perdida; tampoco nada te prepara lo suficiente para lo que vendrá después: la premonición de otro viaje, los planes y los sueños con otros tintes. Cuando se cierra una puerta, si se hace soltando, con las palmas abiertas al frente, inevitablemente se abrirán muchas otras que quizá algún día te traigan de vuelta hacia aquella que creías para siempre cerrada.
Hoy dejé ir a un compañero de viaje; a otro más. Dejé una casa entre calles y ceremonias que adoro, el mar de Indonesia, el parque de mis mañanas en pijama, el perro ridículo que tanto quise para mi risa, el amor que creí encontrar. Si algo he practicado durante estos últimos años es a decir adiós.
Cuando se está en un viaje constante, la impermanencia toma una dimensión más clara, una realidad que en la cotidianeidad no vivimos de igual manera. En el día a día las situaciones no mudan tan rápido y nos encontramos repitiendo rutinas hasta que de pronto llega diciembre y nos preguntamos quién carajos nos robo el mes de abril.
Cuando se está en movimiento constante todo cambia con tanta velocidad que el paso del tiempo se vuelve completamente vivencial y éste se mide por el entorno en el cual te encuentras, las sensaciones, las leyes y las costumbres.
En movimiento, el viaje es la metáfora máxima de vida. El cambio constante, que en desplazamiento físico no se puede disimular o evadir, se hace evidente y te arroja en la cara la realidad de que la muerte y la vida son a cada instante….
Ahora camino sobre esta calle buscando la moto que me llevará de regreso a casa sin los amigos que apenas estaba conociendo. Ayer cene con Luis y hace diez días estaba en Singapur sentada a la mesa de la cocina de Xixun mientras su mamá me leía la fortuna en el libro Chino de sus ancestros. Hace un mes descubría emocionada el mar de Gunun Payung, la playa virgen más hermosa de Bali (que en unos años será un hotel de golf), hace dos meses me encontraba perdida en una callejuela repleta de letreros neón en Tokio; sorprendida por sus hermosos seres lunares. Tres meses atrás estaba en México, en mi tan amado departamento de la Condesa, abrazaba a Horacio y fumaba un delicado con mis vecinos que ahora extraño.
En enero estaba en Chiapas sobre esa balsa de madera; platicaba con Stuart sobre el paso del tiempo. Le decía cómo aún, después de tantos años, lo que más me cuesta de los viajes es saber que cada vez que comienzan van a terminar.
Hace diez meses estaba en Costa Rica y hace once en Bali y hace dieciséis en Vietnam. Puedo ver los cielos azules de Lituania, el parque frente a casa en Groningen, probar los kebabs de Florencia, sentir el temblor en Atitlan, llorar sobre el camión suicida de Laos, percibir el dolor del tatuaje en Nicaragua, el frío por la noche en Kunayala, el vino de Pamplona, la nostalgia de casa en Barcelona, el verde marmoleado de Ubud.
Me veo manejando a Marquelia con Tuza y Fer y escapando de Irlanda a Polonia por puro antojo desordenado…ahora me subiré a la moto y en cuarenta minutos estaré en la misma casa que llevo haciendo mía hace cuatro meses, pero estaré de nuevo sola, pero mañana –en cualquier momento- estaré en otro sitio, cubierta de risas.
En unos meses en Myanmar, caminando cerca del Himalaya, recorriendo el desierto rumbo a Jaipur… en seis, en ocho, en doce quizá de nuevo tomando café con mis papas y mi hermano contándoles sobre el viaje que termina y principalmente sobre aquel que comienza. Confío en que para ese entonces tendré algún lugar en mente que será imperativo descubrir, una nueva experiencia, un deseo, un sitio, una idea que estará saltando en mi cabeza invitándome, de nuevo, a hacer las maletas.
~Eda Sofía (abril, 2015)
Cuántos lugares no le han precedido a este relato…
Fotos ~ Blair Lloyd