Philippe petite

Oda a Philippe Petit [sobre las decisiones, el sentido y el miedo]

Hoy podría ser uno de esos días en la vida que uno recuerda por siempre; y estoy segura que esto lo he pensado antes: “nunca me voy a olvidar de este día”

Nos puedo ver bajando las escaleras de cemento de la escuela primaria. Íbamos las tres, y como de costumbre yo no me callaba; había descubierto el vertiginoso paso del tiempo y fue por esas fechas que comenzó la consciencia del no-retorno. Convencía a mis amigas de que me acordaría por siempre de ese día; no porque fuera en algo destacable, sino por poder marcar un punto, un recuerdo preciso de un tiempo que quería comprobar se iría con una velocidad violenta. Hace veinte años. Por que estaba ya, desde ese entonces, obsesionada con el olvido, con la muerte. Han pasado veinte años y siento, que hoy, ahora, será otro de esos momentos que guarde solo para mí, en un lugar de mi mente que va marcando el paso de mi vida por instantes destacables de alegría y convicción.

Alguna vez tuve un amigo que me explicó que las decisiones no existen. Cada día entiendo más lo que quería decir. Es falsa en nosotros, creada por una inseguridad que hemos alimentado con los años, la idea de que debemos detenernos por un momento a decidir las cosas. Lo que deseamos lo conocemos ya y lo que nos hará felices es algo que se siente con una sabiduría que llega mucho más de prisa que cualquier respuesta que deba expresarse. El problema no es la falta de decisión, es la falta de confianza, de escucha, de fe. El problema no es la cantidad de opciones, sino el haber creído que es allá afuera en dónde está lo que en realidad nos mueve. No se duda de lo que se desea y aquello de lo que se duda, en realidad no tiene gran importancia.

Philippe Petite

El 7 de agosto de 1974, quince minutos después de las siete de la mañana, Philippe Petit dio el primer paso sobre el cable de acero que había tensado a más de 400 metros sobre el piso. A sus veinticuatro años, el mayor funambulista de la historia, bailó durante cuarenta y cinco minutos sobre un cable de acero entre las Torres Gemelas. No fue una decisión que tomó en un día, pero tampoco fue una decisión que tuvo que tomar. Philippe Petit, supo, desde el primer instante en que las vio -en dibujo, porque ni habían sido erigidas-, que esas torres se construirían para él, para que él les diera vida.

Yo atesoro esos momentos en que las cosas se saben así, sin duda. Como las torres de Philippe, la octava de Bethoveen, los viajes de Sanders, el bombillo de Edison; como cuando por instantes, raros días, sé que el mundo podría venirse abajo y yo no soltaría, ni por error, la pluma. Esa emoción de estar haciendo exactamente lo que uno cree que existió para hacer.

El resto de los días, admiro a Philippe. No quisiera tanto platicar con él, como poder vivir unos minutos dentro de su pecho.

Entiendo que en nosotros habita más de una sola persona y yo no quiero escucharlo, sino sentir cómo se agita aquella parte de él,  sobrenaturalmente poderosa y hermosa que decidió que pasaría la mejor parte de su vida sobrevolando el mundo. Quiero estar dentro de su pecho cuando decidió que ese alambre era la perfección; la primera vez que lo piso, cuando vio la primer imagen de las Torres, el primer vuelo, el día que subió el elevador hasta el piso 110, cuando encontró la flecha con el hilo de pescar… los cuarenta y cinco minutos que siguieron.

Admiro la entrega absoluta a un sueño que nadie más ve o ha alcanzado; la fuerza, la constancia, la locura. Una convicción de pertenencia antes del hecho. No la búsqueda, sino la creación desde estándares muy propios; el adoctrinamiento del mundo.

Lo más bello que jamás sucedió en esas torres fue allá arriba, sobre ese cable, a más de cuatrocientos metros sobre el nivel del suelo. Admiro ese amor loco, desinteresado, temerario y salvaje. La convicción en el poder y en la fuerza. El saber, sin dudas, lo que quieres hacer, el para qué existes.

Aquí, desde este gastado concreto, tropezando, avanzando con dubitaciones, incapaz de sentirme suficiente, lista, estable, yo quisiera unos minutos en su pecho. Un ratito para poder reconocer ese palpitar que te dice que lo has encontrado todo; que es ahí, sobre esa cuerda, en ese sitio, así, tan lejos de todo, que está tu calma: recostado sobre un alambre a 416 metros sobre el nivel del suelo.

Quizá siempre sabemos exactamente lo que queremos, pero no hemos aprendido a ignorar el miedo.

Yo admiro profundamente a Philippe Petit, y deseo, con fervor encontrar mis torres, tensar el cable, dar el primer paso.

Eda Sofía, Noviembre 2018

P.D: Si alguna vez quieren darme un regalo y no saben qué… que sea una imagen de él, así, sonriendo a medio vuelo; entregado, completo. Un recordatorio de que en esta vida lo único que importa es hacer lo que nos hace feliz y no hacer daño.

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