Me gustaría decirte que comencé esta carta cuando ya estaba segura, pero no es cierto. En realidad tengo miedo de que la desilusión sea tanta que me parta en tristeza las tardes y tenga que quemar las hojas. Me gustaría decirte que esperé para no perderme en anhelos futuros; que no estoy inventando, que sé que vienes; estoy esperándote. Decirte, que sé que lo que sienta será bueno, que cuando me apriete la ropa será porque estarás creciendo dentro de mí. Miraré mi vientre con una sonrisa y te ofenderé de la forma más dulce que pueda evocar en ese momento.
Pero no estás, ni vienes y no sé cuánto tendré que esperarte. Sin embargo, el deseo en mí no mengua. A pesar de tu estorbo, de lo alucinante de tu llanto y de las ganas que tendré de dar marcha atrás; no merma. Sé que me arrepentiré del momento de la prisa; te pediré que te calles a gritos mezclados con disculpas, pero la vida no alcanza para tomarse las cosas con calma.
Quiero llevarte en mi vientre por años. A ti, te dará igual, porque lo único que querrás de mí será el permiso que pueda darte de dejarme. Para dejar mi lado y ser. ¿Seré capaz?
Quiero que existas para mí, para que se consuma este loco deseo de entregarme a ti como madre. ¿Lo haré bien? Probablemente no.
El otro día, fumando, tomando vino con Ana quien amamantaba a su siempre hambriento animal, lo entendí. Puso la taza de té en la mesa, se frotó los ojos pintados de sueño y después de confesar que nunca había sido tan feliz me dijo: Hagas lo que hagas en algún momento te va a odiar, yo ya hice mis pases con eso. Entonces… ¿qué hacemos? Comenzamos a hablarnos desde el odio para que no te sientas sola al leer esto. Quizá si comienzo odiándote será más fácil amarte con cordura: a mi modo. Con horas de ausencia y minutos desenfrenados de besos; largas lecturas y desayunos tardíos.
Entiendo, que con el dolor que puede ocasionarte la vida, odiarás al único que encuentres responsable de tu existencia. Seré yo. Es muy probable que yo te encuentre repugnante algunos días de llanto y desesperación. Sentiré que me has robado el tiempo y las ganas, que tu presencia necesita de mí, más que mis sueños, y entonces estaré cansada. Temo no reconocerme cuando me mire al espejo buscando mi anterior rostro.
¿Cómo convencerlo de que es momento? Cómo decirle que no puedo, que no estoy para esperar ni un día. Entiendo que la vida no es lineal… pero el tiempo… Las cosas no ascienden imperturbables hasta la caída final; ascienden, caen, giran y dan vueltas sobre sí mismas.
Y él, que no conoce nuestro idioma, no puede entendernos. Un día más de vida y yo no te tengo. No tengo el tiempo para esperar algo que ya quiero; por eso no entiendo a quien prepara cuartos y organiza fiestas. Lo que deseo es vaciar mi vida para hacer espacio y dedicarla a sentirte, a vivir los únicos meses en que estaremos juntas. No hacer nada y esperar tu viaje de ida y vuelta al mundo.
Las cosas son así: llegan. Sé que estaremos bien. Qué deliciosa tranquilidad. Es la certeza que me ha dado todo lo que tengo.
¿Cuándo vienes? Un año. Dame un año para escribir los cuentos que habré de contarte. Pienso en las prisas y en los libros, en lo que me falta por hacer, en todo lo que podrás limitar y me obligo, me obligo a pensar que no es momento, pero si pudiera… Si pudiera preñarme de puro deseo, esta carta estaría siendo honesta y te escribiría segura de que ya vienes.
Eda Sofía C.B.
Escrito por primera vez en Julio del 2015. El deseo no merma.