Hoy desperté en este departamento de paredes blancas al que hace dos meses y medio le llamo casa. Abrí los ojos y supe que nunca volvería atrás.
La vida es mi viaje sin retorno. Una aventura que, para el final, no me guarda ninguna sorpresa. No puedo enfocarme en volver. Yo no soy un nostos.
Ayer desperté en México y los árboles del país afuera de mi ventana. Despertaba en Holanda, en Lituania y en Vietnam; en el sillón inflable, en el piso en el que caí rendida, en la silla de plástico del autobús de carga.
Entiendo con un dolor agudo que asemeja tristeza que no volveré.
Cierro los ojos con fuerza y experimento fragmentos intensos de mi yo anterior; de la mujer que soy viviendo en otras casas. Me he perdido para siempre.
Soy sólo una niña que sueña que es una mujer, que sueña con caballos, que sueñan que bailan. Una viajera que soñaba que era un río; un río que soñaba con peces que saltaban sobre los árboles como monos.
Es cruel frenarnos; dejar de avanzar, permitir que nos gane el tedio y el ocio. Es miserable tener miedo. No ser ese que somos, que estamos siendo. No convertirnos en la aventura, que sin darnos cuenta, nos está sucediendo ahora; en este instante.
Acampar en el jardín de casa no me hace efervescer el alma.
Me guardo el recuerdo del camión de media noche rumbo a la frontera de Laos. Los llantos y el sabor del pánico recorriendo el interior de mi boca: un sentirme dentro del cuerpo y olvidar, por completo, que existe un afuera.
La aventura comienza fuera de lo serio. Nace en la comedia y después, inevitablemente, se convierte en tragedia cuando nos introducimos de bruces y reconocemos que lo único que la hace cobrar vida es el riesgo y la inminencia de la muerte. El tiempo sonríe.
La vida es densa como las risas de niños fuera de tiempo. Una venturosa máxima en la cual se decide la propia cercanía con el abismo. La inserción del cuerpo en el agua.
Puedes pararte, como hago yo a veces, atemorizada y lejos. Tumbarte desnudo con este miserable miedo aferrado a la garganta. Desear vivir a través de las anécdotas ajenas que te trae la brisa. Tenderte jugando a que inviertes tu tiempo en labores yermas. Pero al final, pasará el tiempo y todo habrá sido en vano.
Pasará el tiempo terrorífico que no pudiste detener, ni siquiera por no haberlo utilizado.
Me reconozco de cara al pisoy anhelo levantarme, correr; caminar no tiene sentido cuando se lleva tanto tiempo dormido. Entonces tropiezo, trastabillo y caigo. Palpito en todo el cuerpo la sangre que hace meses había sido frenada por la angustia.
Me digo: salta, sumérgete de cuerpo completo, abre los brazos y comienza a aletear. A veces siento que podría llegar a casa sin ahogarme. Mentira. Sin embargo con un braceo furioso me suspendo milímetros por encima del lodo.
Anhelo mi despertar frente al vacío de mi muerte.
Me he embarcado en una nave que baila. ¿No lo ves? La tierra ya no está seca, y yo, ya no vuelvo.
Eda Sofía, octubre 2015
-Publicado previamente en MelíMeló | Hermosas imágenes por: Alexandra Valenti
-Texto basado e inspirado en el libro L’Aventure, l’Ennui et le Sérieux, 1963. Trad.: La aventura, el aburrimiento, lo serio, Taurus, 1989. De Vladimir Jankélévitch.