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La vejez

Constantemente pienso en mi muerte, pero sobretodo en la de todos los demás. Cuando cruza la calle un niño, antes de que llegue a la otra acera, ya lo he visto crecer.

La vejez es un estado deplorable. El momento en el que hemos alcanzado más y nos encontramos, por lo mismo, más desgastados. Sabemos más y somos cada vez más inútiles. Olvidados por un mundo que no frena su marcha. Conocemos más y podemos ver menos. Hemos crecido para volvernos dependientes y torpes. Cerramos el ciclo de lo discontinuo y sólo somos un gemido en la boca de un enfermo.

Siento envidia de los niños y del tiempo, que creo, les queda. Empezar de nuevo. Constantemente pienso en empezar de nuevo. Porque sí, por gusto, por miedo. Aunque me traiga al mismo sitio. Empezar de nuevo para crecer de nuevo y llegar a este punto, aún antes de la vejez, en el que ya quiero empezar, otra vez, de nuevo. No hay inicios perfectos, ni tiempo que dure lo que debería durar. No hay momentos indicados, ni el nacer justifica que nos estemos muriendo.

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Mi tiempo dulce se me acaba de prisa, como nuestros encuentros, como el café de las mañanas o el pastel de media tarde, y pienso… quiero más, quiero comérmelo más lento. Es inevitable el momento en que veo que me queda media tarta y no sé cómo hacer para prolongarla; la pongo a una lado, la tomo y la corto más pequeña, la lamo, la espolvoreo: se acaba. Esto siempre se acaba.

Tienes una vida por delante, me dicen los viejos, pero sé que en algún momento esto que conocemos como vida se transforma y toma tintes lúgubres y espesos.

¿Cuánto tiempo pasará? ¿Cómo alentarlo? Nos han dicho que la vejez es honorable, pero por más que le busco yo no encuentro el honor de tener que dar el culo para que otro lo limpie. La claridad de ver, más que nunca, a tus amigos desvanecer en la nada. Lo único peor que la vejez es la muerte; y no siempre. Por eso nos inventamos historias, para agradecer que seguimos aquí, en cualquier estado. Aferrados a este mundo de sensaciones, repitiendo, repitiéndonos constantemente. Esperamos a la muerte subyugados, sin alternativa, sin escapatoria.

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A veces siento que si lo deseo con suficiente determinación, podré volver a ser niña; podré no morir antes de tiempo. Mentiras que me invento para olvidarme de mis miedos. Terror de levantar el rostro y reconocerme en esa anciana asombrada que no puede volver. De estar hoy, aquí, sin forma de regresar a aquel momento; un olor que comienzo a olvidar. Temor de mañana que no habrá lluvia y del día en que mi piel se sienta de otra y haya olvidado hasta mis más oscuros secretos.

-Eda Sofía | Publicado en MelíMeló

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