IMG_1478

Me preparo para soltar…

27 de marzo de 2020

Día siete de encierro forzoso en Australia. Día dieciséis desde el inicio del encierro voluntario en Bali.

Fue hoy que la semana comenzó a cambiar.

Y me sentí un poco mejor de como me he sentido desde que dejamos la casa que hemos preparado por los últimos nueve meses. Quiero decirme, porque me sabe bien dentro del cuerpo, que no he abandonado sino soltado. Soltado mi casa y todas mis cosas, soltado las plantas que llevo meses cuidando y los vecinos que se volvieron otros. Soltado los negocios que apenas comenzaban, la cámara que se me olvidó empacar y el collar de mi abuela que dejé en el buró de noche.

Y comienzo desde ese punto, porque pude reconocer el rayo de sol que pega por las mañanas en el patio de atrás de la casa que amablemente nos han prestado y seguirlo por todos los rincones y cuartos hasta que dieron las cinco de la tarde; para asolear mis pechos hinchados, para asolear mis piernas que ahora bajo el sol de la tarde me recuerdan que muy poco, en este instante, me hace falta.

Y me preparo para soltar… como lo hace el otoño

Y me preparo para soltar, a lo que aún me aferro, a mi plan de maternidad iniciado en Bali, a los paseos por los arrozales con una panza de seis meses, al negocio de ropa que comencé hace tres semanas y apenas me dejó celebrar dos ventas. A elegir el sitio, el hospital, el doctor, el país o el modo. A saber, el sexo, conocer las formas, controlarlo todo. Y me pregunto, ahora que he ocupado mucho de este tiempo en llorar mis perdidas, si estoy lista para dejar de penar y comenzar a sentirme más ligera y agradecida; si estoy lista para habiendo dejado casi todo, ser yo también otra.

Yo, que juré que una vez embarazada nadie ni nada en el mundo me podría volver a traer abajo, jamás. Porque todo sería secundario. Yo estaría preñada y nada más importaría de nuevo. Ni el trabajo, ni la casa ni que el mundo entero estuviera en llamas. Me bastaría mi cría para iluminarlo todo, me decía convencida del poder de mi anhelo, como un faro de noche. Pero ahora, sentada en este sillón, sin ganas de contestar si quiero té o no porque parecen pesadas las palabras, rogando que pasen todos los días en uno, que se acabe esto y pueda volver a ser quien fui. Me pregunto si será verdad que la maternidad es un ancla; y yo he hace semanas renunciado a mi cuerpo y a mi vida como un ser único, solo, abandonado en este universo.

Con tantas películas que se han hecho sobre el fin de nosotros, cómo es que no encuentro ningún escrito sobre el quedarse varada en otro continente, lejos de la familia; sin forma de volver. Y ahora que te espero, lloro por no poder estar más alegre para ti. Porque hace diez días que no bailo sola ni te canto una canción cuando nos bañamos; porque no hemos ido a nadar bajo el sol, ni a caminar ni al doctor juntos, porque estoy cansada de que mi cuerpo no me pertenezca y me pregunto si hay algo que cambió para siempre y yo estoy de inocente, boba, esperando que en algún momento se restablezca lo que ya no se restablecerá jamás. Porque, qué pasa si es cierto, si la maternidad es una cárcel a la que he entrado por voluntad. Y yo ya no seré yo nunca más, sino un apéndice de ti; una sombra velando tus pasos y resguardando tu derecho de ser otro, libre, capaz de enamorarte del mundo o de odiar el mar. Y cuidaré tus viajes, porque temo que mi yo despojada, saltarina, dejará de existir cuando nazcas al mundo yo por siempre tema el perderte. No puedo renunciar sin duelo a mi soledad y a la ya, para siempre, perdida del silencio.

Y a pesar de que todo lo escrito es cierto, porque no conozco otra forma de hacerlo, no hay pavor que me haga dar marcha atrás a los hechos que ahora vaticinan mi propia muerte. La de mi existencia plena como nomadre. Y me descubro por momentos en asombro absoluto de un cuerpo diosa que te ha creado muy a pesar de mi y del mundo; sin ningún apoyo o consuelo. En asombro total de ti y de tu capacidad de ser independiente y a la vez nadar en mis adentros. Porque estos son los últimos seis meses que me quedan antes de tener que soltarte para siempre. De dejarte ir para que seas quien decidas ser, con todas sus vicisitudes, riesgos y formas. Los últimos días que me quedan para sobarme sintiendo que te toco; para tenerte adentro, viviendo de mi sangre, recorriéndome las venas. Quizá tenía que aprender a soltar un país y a todos mis helechos; a olvidar una cámara, un escritorio, un negocio y la cuna que te estaba haciendo con ramitas secas, para prepararme así, apenas, poco a poquito, para soltar en unos meses, entonces sí, todo lo que hasta ahora he conocido: quien he sido yo estos treinta y tres años sin ti y estos meses contigo; pero sobre todo quien serás tú, muy a pesar de mi, por el resto de tu vida.

Para ti, todo el amor que conozco, pero sobre todo aquello innombrable que me habita,

Eda Sofía

COmparte el post

Ir arriba