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Mentiras

Sí, mentiras.

Hoy desperté, me di media vuelta sobre la cama y procuré ignorarme unos minutos más. La alarma volvió a sonar. Extendí el brazo, la busqué resignada, patee las sábanas y me senté en la orilla. Miento: esa fue la primer palabra que pronuncié en silencio. Tengo que irme de aquí: fueron las siguientes. Después, con una mueca, recordé la incomodidad que me genera la cercanía de mi vecina.

Pensé en el paso del tiempo y en cómo el día ya estaba terminando.

Es probable que mienta mucho más de lo que escribo. Quiero justificarme diciendo que necesito mentir para contar una historia, pero en realidad lo hago para poder perpetuar mi permanencia en un estado que entiendo. Un vicio sumamente razonable que me permite moldear los escenarios en los que me encuentro. Ser el personaje que creo merezco ser.

-Merecer es una palabra mezquina y tendenciosa.-

Podría continuar por este camino y decir que me entristece afirmar que me engaño, pero no es cierto y me atemoriza aceptarlo porque eso podría traer consigo la necesidad de un cese.

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A mí me cuesta ver al mundo como es; también como creo que es. No quiero tomar el tiempo ni aprender el leve nombre de las cosas. Me pesa. Limita, para siempre, mi interacción con los otros, con lo que decido significa un gesto, con la manera justa de comportarse ante un extraño, con el uso que se le debe dar a una copa y con los minutos que se debe prolongar un encuentro.

Anhelo la consecuencia de poder destrozar el tiempo arrojando al vacío todos mis relojes.

También me gustaría poder sentarme a hablar con mi vecina, o gritarle, pero le temo y entonces por las mañanas la saludo en silencio. Me vuelvo hacia la pequeña pared gris que divide su balcón del mío y la imagino sentada escribiendo una novela que nunca leeré. Sé que sus palabras son distintas a sus enojos etílicos y sospecho que también ella, pasa el día mintiendo para sobrevivir a una realidad que no soporta.

Tengo que irme de aquí. Me he alejado tanto de mis referentes que ya no encuentro sitio en dónde poner esta tristeza. Podría decir que por ello se diluye, pero no es cierto, tampoco. La cargo injustificadamente. Con la idea de que no debiera de ser: pesa más. Es cansado vivir en un lugar en donde no se comparte la agudeza y el humor: una delicia que nos libra de la fatalidad de estar vivos.

Yo, acostumbrada a irme, planeo la huida y vuelvo a usar el viaje para darle un sentido al paso del tiempo. Pero hace un año frené la marcha y de pronto, ayer, hace unas semanas, se me vinieron encima los años de los que he estado escapando.

Miento y no podré enmendar el engaño sin conocer la verdadera historia. ¿Cuál? Planeo irme de casa para inventarme nuevas y comenzar de cero. Subir a un barco. Alejarme de esta loca.

Cada vez que me mudo es como si volviera a nacer hasta que de pronto pienso en mis años y digo: Mierda, han seguido pasando y yo aún soy una niña.

Escrito por Eda Sofía

Fotografía por Joyce Tenneson 

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