De pequeña me escondía para explorar mi erotismo, asexuado, bisexual, mío.
De mi cuerpo sólo veo detalles, grotescas deliciosas formas que me llevan a ser quien soy, esta que vivo y a veces no reconozco.
De mi amante recuerdo la rabia, la pasión, los dientes. Un disfrute por la fuerza, la violencia y la sumisión, por lo prohibido.
Mi síntoma es en el abdomen, acidez por la angustia y el enojo de lo que no digo, por estar haciendo lo que no quiero, por resistir.
Mi palabra: cólera.
Mi imagen: Un rostro oscuro con ojos amarillos que miran hacia el frente.
Mi mejor momento: la danza.
Síntoma
Aún está iniciando noviembre, pero ya termina el taller y yo no he resuelto cuál es mi síntoma o más probablemente: síntomas.
Síntomas… no he terminado de escribir la palabra cuando siento el malestar estomacal de las mañanas. Ahí está, un escondido deseo de comenzar el día de otra forma. Es sólo a media alberca que me doy cuenta que no necesito nada más; cuando escribo, cuando te tengo tomada de las manos y cierro los ojos para sentir como tu cuerpo, agotado, palpita al mismo ritmo que el mío.
La incomodidad se ha desatado en caos, en un dolor constante, en una angustia por ser, por saber que soy. Recuerdo la emoción de encerrarme, a los nueve años, a jugar con mi amiga a que éramos amantes. La sensación de estar equivocada. La misma que siento hoy cuando paso la tarde generando contenido vacío y complaciendo a quien hasta hace seis días era mi jefa.
Despediré el mes al grito de Libertad y después decidiré hacia dónde continua mi camino.
Si busco un punto de cohesión de todo lo que he querido despertar durante este curso, concluyo que es una furiosa necesidad por decirme; por, como siempre, definir y apegarme a lo que realmente vale la pena. ¿Cómo curarme? ¿Cómo sanar este deseo de más, de rabia, de pasión, de mordidas y gritos?
No se está bien aquí, no en mi cabeza.
El síntoma es agotamiento por rodeos; el síntoma es rodeos por insatisfacción. Porque dar las horas a algo en lo que no se cree pudre el alma. Necesito retomar el hilo conductor de mi cuerpo. Soltar a todos los muertos que cargo y dejar que las voces que me habitan revienten de una vez por todas mi pecho.
No, no soy esa mujer que contrataste, no soy tampoco la hija que tuviste ni la amiga que conociste hace unos años. No, mi pasión no se limita ni se vierte sólo en un tipo de cuerpo, mente o género, no te vendo mis horas por zapatos de marca y no necesito de tu aprobación para comenzar el día. Te entrego a ti la acidez que me embarga, el dolor de huesos y el miedo de pasar la vida inadvertida.
Deseo
Este es mi cuerpo, el mío, el que tengo, es este el que baila, gime, nada y también defeca. Un cuerpo vivo, un tubo, un medio, un territorio de dolor y placer. Una voz que se alza en grito, mía, que canta. Extraño a mis amantes, los que no he tenido y también a los que me hicieron daño. El dolor también crea y yo estoy siempre buscando el cambio.
Necesito el valor de comenzar siempre con la claridad que da el trago. La certeza de lo que realmente nos funciona. La integridad de quien, de cualquier modo, lo ha perdido todo. Desnudarme, a pesar de mis miedos y la anchura de mis piernas. Dejarte ver, aunque la tersura sea sólo física. Puedes tocar y sentir que el terreno no es liso; oler para distinguir matices de sudor y metro. Esto es lo que hay. ¿Qué es lo que realmente importa? Bailemos.
Eda Sofía
Escrito el 9 de noviembre de 2016 inspirado por y como parte del curso/taller: Síntoma y deseo: El cuerpo como escenario de la escritura. Impartido por: Eduardo Parra Ramírez
Encontrado hoy, 17 de enero de 2019
Increíbles ilustraciones por Aitch