mi propia casa

¿Cuándo podré sentirme segura en mi propia casa?

Estoy bien. Y me consuelo, me controlo pensando que esta angustia nocturna debe ser similar a lo que siente la gente que vive en guerra; un constante temor a la muerte. A morir entre el violento estruendo de un ataque inesperado. A haber presenciado lo que puede pasar, haberlo sentido, y saber que el enemigo está ahí, siempre, agazapado, acechando. Pero también sé que esto nada tiene que ver con la guerra, porque este horror que yo temo no tiene maldad; no es hermano. No hay peor monstruo que el que viste nuestro rostro transfigurado por el odio. Pero tiemblo. Estoy bien. Pienso en la alarma que está en la esquina de casa y con sólo imaginar su grito se me acelera el pulso. Escribe me digo, porque es lo único que te da calma, porque siento que sólo escribiendo estaré segura; no puede el temblor, “agarrarme” aquí nombrándolo, sería demasiado. Entonces escribo, escribo, porque si no lo hago, corro escaleras abajo como hacía hace una hora, sola, aterrada.

Apenas hoy, después de un año y medio feliz en esta casa, se me ocurre que debería estar prohibido que los aviones vuelen tan bajo; puedo sentirlos. Por la noche los camiones son menos, pero todo está callado y la tragedia nos parece más grande, más fatal, más a solas. Porque no es lo mismo morir a rayo de sol que en la noche solitaria en la cual nadie puede encontrarte. Me gustaría que estuviera amaneciendo. Me gustaría no haberme petrificado en acciones inútiles y haber hecho algo que realmente ayudara. Poder descansar. Me gustaría, me gustaría… y miro el monitor calculando los pasos que me tomará llegar desde mi sillón hasta la puerta, tomar las cosas, salir corriendo, ¿es cierto que las escaleras caen primero?, ¿dónde dejé las llaves?… me gustaría fumarme este cigarro con calma, sin agradecer que no ha temblado de nuevo. Voy al baño y pienso: espero que me dé tiempo. El miedo es real. Ahora me pregunto si podré compartir esto, si me dirán que tengo que ver a alguien, que no estoy bien, que pida ayuda. Pero… ¿quién está bien? La casa suena cauta, los objetos toman distancia, ¿están, también ellos, preparándose para la sacudida? No confío en la calma de mi lámpara, me parece que se agita. ¿Estoy viendo bien?, ¿o es de siempre que el mundo se ha movido con una cadencia constante? Hago tierra. Estoy bien. Pero… ¿estoy bien? No lo sé, sería ridículo afirmar que debería estarlo. Que alguien lo está. Estamos vivos, sí, ésta que escribo y muchos otros por las calles y, ojalá, ya dormidos en sus casas. Y sé que es suficiente, todo, lo único que importa, pero no hay vuelta atrás, de nada. Hay que reconstituir quienes somos con este adquirido temor que antes nos era ajeno. Aprender a ser con este nuevo sobresalto, esta precaución y alerta que nos habita. Me gustaría pensar que, con el tiempo, entenderemos que la tierra nos da grandes lapsos de calma. Pero ahora no confío… Me agazapo en el sillón de mi sala, con la ventana abierta para poder escuchar la alarma y con las llaves en la puerta para salir corriendo.

Ha amanecido; es tarde y estoy cansada. El temor descansa con la salida del sol. Estoy bien. Reviso de nuevo el sismógrafo: 43 nuevas notificaciones. ¿Cómo pude alguna vez sentirme segura? Ha llegado la mañana y agradezco el ruido, porque me siento un poquito menos sola. Entonces me meto a bañar… de prisa, agradeciendo cada minuto que pasa y no tengo que huir de casa desnuda. Pensé que hoy me sentiría mejor, retomando ritmo, pero no; me siento impotente, ansiosa. Inútil, queriendo correr a ayudar para ayudarme, queriendo irme de esta ciudad que tanto amo; un tanto traicionada. Quiero huir de la tierra para guarecerme. No se pueden desvivir lo vivido. Y me pregunto, ¿cuánto tiempo pasará antes de que pueda sentirme segura en mi propia casa?

COmparte el post

Ir arriba