Seguro algo demasiado bueno, probablemente parcial, quizá un tanto exagerado, pero seguramente algo bueno.
Poca gente conozco que ame este país como yo lo hago, pero él era de los Totales, de aquellos que lo aman sin importar los hechos, con y sin razón, porque sí, porque así es el amor: extraño, enfermizo y cuando es bueno, irracional.
Ahora que lo pienso, es probable que gran parte de mi amor sea genético, heredado, aprendido a galope en sus rodillas mientras sentado en la pesada silla de madera de la sala, la que le daba la espalda a su jardín en Barranca del Muerto, me hacía…
ricky ran, ricky ran,
los maderos de san Juan,
piden pan y no les dan
Piden queso
y les dan un hueso
que se les atora en el…
¡pescuezo!…
Alrededor del misma época cuando yo, aún antes de descubrir que las palabras eran el motor de mi vida, ya le componía una de mis mejores piezas: Bachura bachura bachura… Mi guabu, Mi guabu.
Una canción compuesta sólo para él, con mis primeras palabras y con ese amor loco que sienten las nietas por sus abuelos y ahora puedo ver en Emma y en los ojos de mi padre.
Si mi abuelo estuviera vivo, hoy celebraríamos su cumpleaños.
Estaríamos en su casa que ya se había transformado en un departamento, y nos sentaríamos en torno a la mesa de la sala, con cacahuates japoneses, cubitos de queso manchego y unos tequilas.
Entonces hablaríamos del terremoto y de lo sucedido. Contaríamos nuestra experiencia por milésima vez y, ciertamente, competiríamos un poco por ver quien la pasó más feo.
Hablaríamos de los nervios que permanecen, de lo que vimos, de lo que hemos hechos, pero sobre todo hablaríamos de México, de la gente, de su bondad y de cómo no hay nada que pueda doblegarnos.
Estoy bien, porque estoy viva y todo lo que pueda añadirse a esa frase es, por ahora, carente de importancia. Porque estoy aquí, escribiendo, en una casa cálida, en una mañana fría, con café y sin miedo.
Yo amo la ciudad de México; no sólo hoy ni ayer ni el pasado 19. Amo esta ciudad monstruosa que a tanta gente namas no le convence; la amo, y se lo dije a mi madre hace dos semanas cuando llevaba una hora atorada en el tráfico. Se lo digo a A. todos los días que nos vemos y se lo decía a F., quien al parecer nunca entendió nada de nada.
Amo esta pinche ciudad monstruosa con todo y su caos, o sobre todo, por él.
Amo a su gente que me echa una mano en todo momento y en todos lados, que me sonríe, que me ayuda; aún mucho antes de esta tragedia. Amo las calles y los mercados y el metro y las tortas y las mañanas de sol y de niebla; amo los teatros y los titiriteros, los organilleros y los que me molestan en los cafés, amo bajar de mi casa y saludar a los vecinos… caminar, pelearme con la gente que pone sus cubetas sobre la calle reclamándola como propia; los necios, los furiosos, los insufribles…
Pero hoy, después de esta movilización masiva, de este salir a la calle aterrados pero queriendo hacer algo, de este dolor, de esta pérdida que no ha sido mía, de este ejemplo de lo que somos capaces, no me queda duda de que mi amor siempre estuvo bien encauzado. ¡Cómo me gustaría que permaneciera así, que Guabu pudiera verlo!
Él haría especial énfasis en negar absolutamente todo lo malo que ha sucedido y con esa misma convicción; total e inquebrantable de que nada malo aquí pasaba, resaltaría cada acto de bondad acaecido en estos días.
Nos enumeraría los albergues dispersos por la ciudad, los edificios que siguen en pié, los negocios que han abierto sus puertas y los peceros que dieron viajes gratis. Nos contaría del de los tamales que regaló su mercancía, de los jóvenes en los parques y de las cadenas humanas para sacar escombro, de los extranjeros que han venido a ayudarnos, de las camionetas que salen al estado de México, y de todas las personas rescatadas.
Pero sobre todo, nos diría que México es el Mejor País del Mundo, así, con mayúsculas. Algo que yo ya sé, pero que me encantaría volver a escuchar de su voz, esa que ya no tengo.
México es el Mejor País del Mundo, así, con todo y todo. Con lo bueno y con lo malo.
México es el Mejor País del Mundo, y mi abuelo siempre lo supo.
Las puertas de mi casa están abiertas.
Con mucho amor, Eda Sofía
-Honor a quien honor merece.-
Fotografía principal por la gran Laura May Grogan