Hoy es primero (ahora ya segundo, tercero); me hubiera gustado escribir antes, hacer un intento de cierre de año como hace tiempo practico; una recapitulación, un pequeño ritual; de agradecimiento, de incendio. Sin embargo, hace unos días, cuando sentados alrededor de la mesa del comedor, mi familia me pidió que dijera una cosa que agradecía del 2016, lo único que sentí fue como mi pecho se ablandecía con un enorme deseo de revolverse en llanto. Nada, me hubiera gustado atreverme a decir, nada; lo que quiero es que se acabe este año de mierda. Nada; porque por lo general se recuerda lo último y no lo primero; y así, el amante que traiciona es un cobarde y no aquel que en un inicio nos encendió el alma; por eso, la vida se termina en dolor y no en el recuerdo de la bienvenida.
Después de pensarlo un poco, porque no todo es malo y porque cuando estoy triste olvido, pude vislumbrar que el año había tenido sus guiños; que a pesar de que el final terminó deslizándose jodidamente por el camino de la tristeza, ahora conozco mejor ese sitio en donde guardo, por igual, la risa y el llanto.
¿Qué fue de este año?, me pregunto y a pesar de que ahora, a unos días de distancia sigo un tanto resentida con su manera de imponerme sus enseñanzas, entiendo que quizá fue la antesala, lenta y expectante, de un repliegue de entereza y ganas.
Se termina el 2016 y yo, estoy mucho más cansada, con menos dinero, sin trabajo y temiendo a las recaídas constantes.
Miserable, me espeto, cuando alzo la vista y se me inunda por la vastedad de la finca de mis primos en Guanacaste; rodeada por su cariño y sus risas desbordadas, al lado de una pareja que acompaña suave mis desvaríos y con una sobrina que, pesando lo mismo que un monito aullador de esos que, como siluetas, saltan de rama en rama en frente de casa, ocupa ya tanto de mi pecho que me preguntó, ¿me quedará aún amor para mis hijos?
Pero si este, que se fue, ha sido el peor de mis años, entonces he tenido una vida ancha, no larga, si no expandida; una vida que como río ha ido abriendo ramales que fluyen alejándose de lo que creí sería un sólo centro. Una vida expandida, abrazada, fértil. Que no escogí y que siento, no me ha costado nada, pero que se me dio como un aguacero de media tarde; como también se me dará la muerte.
Y aquí estoy, ansiosa, llena de planes para la reconstrucción; hurgando entre las paredes caídas y mis miedos; sombras alargadas por la luz de las velas que enciendo en las noches de insomnio. Monstruos ficticios que aún no domo, pero que estoy, estoy, conociendo.
Tomo las palabras, que son lo único que tengo y aceptando que deje pasar el ritual que tenía que hacer para el paso, comienzo el año. Acepto, hoy y hasta estas horas de la tarde, comenzar el año cansada; acepto que no tengo la fuerza de gritar que estoy feliz ni llena de ganas, pero puedo sentir en el medio del pecho, en la parte que supongo se juntan mis costillas, como se entibia el deseo.
Ya no quiero esperar a que pase el tiempo temiendo encontrarme a la muerte en cada año.
Abro la garganta y para dejar nacer una rabia anterior, que había extraviado, de sentir la vida en cada paso. Y así, con estas ganas reencontradas y con el cansancio de quien ha vivido tres meses al borde del llanto, me voy de feria y ruedo y tragos. Y cada nuevo vaso de guaro aligera en mi la idea de las cosas; cada brinco y cada baile astilla mi falsa creencia de tener cierto conocimiento sobre las causas y las cosas.
Y cuando escucho la música que me compartes dejo de sentirme el solitario centro de todo y paso a entender que debo salir a buscar esas voces que están nombrando el universo.
Hoy, ayer, es, era primero; comencé el año agotada y a su vez, bailando. Tomé y tomé y sin embargo no he dejado de estar sedienta. Recibo el año tarde quizá, pero a medio grito, entre la realización de que en realidad soy casi nada y el profundo convencimiento de que esta es mi única oportunidad de sentir al mundo.
-Eda Sofía
Fotos por (en orden de aparición): Will van Wingerden, Jeremy Thomas, Greg Rakozy.