Ahí está, de pie atrás del cristal de la regadera, mirando su cuerpo, distrayendo su mirada de ella, quien recargada en el marco de la puerta lo mira hacer. Ahí está, mirando al piso pero queriendo verla, mirando al frente pero queriendo decirle que venga, que entre con él al agua.
Y ella, que lo sabe, que escucha lo que él aún no puede decirle, aprovecha su ventaja para jugar a que aún no ha entregado el control.
Disfruta ver su cuerpo manso a la espera de su arribo, su moverse torpe en ese pequeño espacio húmedo confinado a las limpias; verlo así, a través del vidrio, protegida de él -protegido de ella- y del impacto de sus pieles.
Vive la ilusión de estar segura, de ser ella quien observa y él quien es observado. De estar afuera, al margen, sola.
Pobre… porque sólo intuye que los límites son falsos, que una puerta no siempre es el umbral y un vidrio, más que separar acerca.
Entonces, él levanta la mirada y al fin, haciendo acopio de sus miedos, pregunta: ¿No vienes? Ella, sin quitarle los ojos de encima, siente descender la seguridad que ha impostado… baja la cabeza con pudor y, con la voz que no suena, renuncia a las estrategias que ha armado.
Voy, responde, consciente de abrir una entrada; de dar ese paso que conoce desde siempre; de que esto es un sí muy parecido al que creo al mundo; todo lo que venga después tendrá, siempre, su propio aliento.
Eda Sofía
Imágen principal: Anthony Neil Dart