Si el karma existe yo parezco traer una racha fantástica.
Llevo tan sólo un mes y medio lejos, lejísimos de casa y ya siento cómo la distancia y la ausencia, reafirma en mí lo que de cerca también sabía; lo que quizá siempre he sabido a pesar de pasar gran parte de mi adolescencia negándolo.
Con el paso del tiempo esto se ha vuelto claro y hace años que ya no tengo dudas: los papás son lo mejor del mundo.
A veces estoy tan convencida de ello que me conmuevo hasta las lagrimas al ver cualquier ejemplo de su falta de límites -cualquiera que sea la situación- al tratarse de un hijo; me entran unas ganas locas de ser madre y no es tanto por tener un hijo (ahora sí), sino por ver si soy capaz de convertirme en un ser tan extraordinario como lo son ellos: mis padres.
Pero quizá ellos lo han sido siempre y no como consecuencia de nosotros dos, aunque me gusta pensar que en cierta medida el cambio es obvio: de seres extraordinarios a seres-padres extraordinarios. Es distinto.
Yo amo a mi mamá y a mi papá con todo mi corazón y pueden preguntarlo a quien sea que me conozca a fondo, o haya pasado más de una semana conviviendo conmigo. A R. que ahora (en ese entonces) tiene que escuchar cuánto me hacen falta, o a Judith que durante un viaje por Asia en el 2013 tenía que escucharme decir, a cada riesgo idiota que tomábamos, una frase del tipo: If anything goes wrong Judith, you call my mama… o después de cada día difícil: I’ll call my papa, he’ll pick me up. Por suerte y fortaleza, nunca tuvimos que llamar a ninguno de los dos.
Aún no puedo hablar de lo que es ser madre; no lo conozco. Pero puedo hablar de lo que se siente tener un papá y una mamá como los míos, y no hay cosa en mi vida de lo que esté más agradecida que de mis padres y de la invención del helado.

Tan lejos, en un viaje que no sé bien a dónde me llevará, en un camino muy distinto al que habrían tomado ellos y del que en un inició habrían elegido para mí, mis padres constituyen el pilar más estable y sólido que soporta todas estas travesías; son ellos el amor detrás de mis fuerzas. La certeza de un abrazo, de la protección y de la atención necesaria en el momento que decida o tenga que volver a casa.
No hay mayor tranquilidad que saber que sin importar qué tantas pendejadas haga, que tan sola esté, que tan perdida o abandonaba pueda llegar a sentirme, los tendré a ellos incondicionalmente; a pesar de los tatuajes sin permiso, del salto del bungee, del cruce suicida entre Vietnam y Laos, de vivir ahora en Indonesia y andar en una moto cada día más ruidosa que papá no aprueba en lo absoluto, de no poder responderles en dónde estaré el próximo mes, ni cuando volveré a casa. A pesar de mis maravillosas y pésimas decisiones, su presencia así, atrás de todo, es paradójicamente la fortaleza que me mantiene entera ante cada uno de los riesgos que tomo y que seguramente ellos preferirían que no tomase.
Es su compañía silente e incondicional, lo que me permite aventurarme por los caminos más diversos y más lejanos, sin miedo a perderlos. Es, la gran libertad que le han dado a mi espíritu, lo que me ha permitido abrir una brecha a su lado, cerquita, pero propia.
Y a pesar de que estoy tan lejos y, mamá, cada vez que hablamos me pregunta si pienso quedarme por acá… y a pesar de que cada vez que me lo pregunta, o lo considero, me agüito adolorida de no poder ir a casa a discutirlo tomando café; sé que estamos mucho más cerca de lo que entendemos al extrañarnos.
La distancia es sólo un concepto. Es nuestra cercanía lo que me permite estar tan lejos.
Mis papás, pienso…y yo ya tengo un deseo enorme de salir corriendo a abrazarlos, tomarnos un vino y platicar por horas. Es maravilloso que de lejos uno extrañé hasta las minucias, las mañas y las manías.
Y volvería ahorita corriendo en un vuelo eterno con cuatro paradas, para cenar juntos y contarles de Japón y de cómo voy muy lentamente acostumbrándome al calor. Les hablaría de todos los retos que estoy enfrentando, de lo mucho que siento que he aprendido y de cómo se sigue transformando mi manera de ver la vida.
Me falta tanto por aprender y el camino que tengo al enfrente a veces es un tanto avasallador, pero podríamos discutir mis miedos, esta inercia tan mía del viaje, mi propósito en la vida –el cual revisando esto cinco años más tarde es aún incierto… y lo cual cada vez me preocupa menos-: le contestaría, a mamá, ya un poco nerviosa y emocional, que vivir es propósito suficiente. Papá diría que él sólo escucha. No entiende nuestros arrebatos.
Abriríamos un buen vino de esos que no hay por aquí y quizá unos quesos… ¡cómo extraño el buen queso!… Entonces volvería a explicarles que Bali no es sólo el mar (porque ya ni vivo cerca de él y sin embargo sigo regresando) y les pediría que vinieran conmigo para que entendieran que no puedo narrar con palabras de qué forma es que mi corazón aquí se alegra.

Me gustaría que lo sintieran. -Mamá viene en menos de un mes–
Y después de la cena y de unos días en casa, empacaría de nuevo, como he hecho incontables veces, y trazaría nuevas rutas: mamá me ayudaría y papá se preocuparía por las posibles enfermedades y la cantidad de dinero que llevo (ahora, por la moto que adoro). Al final ambos me acompañarían al aeropuerto y me abrazarían dándome consejos y recomendaciones -¿cuántas veces hemos ya pasado estas despedidas?, ¿cuántas faltan? -.
Durante el viaje y la vida toda, están ahí cada día, cada minuto que los necesito; y la distancia es sólo una situación geográfica.
A ellos no les toca lo más divertido. Ellos que en lugar de playa o arrozales quieren calma, tienen una hija que se las quita; que llama más cuando está triste, cuando el viaje se complica, cuando se enferma o se le fractura un poco el corazón… “hati sakit”… llama cuando tienen miedo o no sabe cuál es el próximo paso que debe tomar; cuando más los necesita.
Y ellos están como dos seres fantásticos que con sólo su manera de amar y aceptar la velocidad y los ritmos de mi corazón me dan todo el impulso que necesito para seguir mis pasos.
Claro, no es casualidad, porque si es cierto que el karma existe, como he aprendido en esta isla, yo algo tremendamente genial he de haber hecho en el ciber-espacio inexistente en el que estaba antes de nacer, porque apenas aparecí en esta vida ya había ganado… cómo les explico que con sólo unos pocos días de ser un frijol, al escuchar la voz de mis padres y de mi hermano –quién es por sí mismo otro regalo inexplicable de mi karma-, comprendía que ellos serían mis compañeros de vida y así, en menos de unas pocas horas, había ganado ya mil veces… una serie de victorias que me mantiene invicta.
Después comenzaron los encuentros alucinantes, las palabras, la danza, los viajes y el helado…tengo mucha curiosidad de seguir esta racha y de probar cuánto puede uno ganar en esta vida.
Eda Sofía C. B.
Escrito el 10 de mayo del 2014
Editado el 8 de mazo del 2019