Ayer cumplí treinta y dos años.
Llegué a una edad que ni siquiera se dice tan fácil; pero ahora que lo pienso pasa lo mismo con veintidós y no me sentía igual.
Son treinta más dos otros que bien podrían tirarse en un río; pero no, porque esos son los dos durante los cuales muy poco a poco me he estado haciendo de una casa, dentro de los que viví una semana semidesnuda y sin bañarme en un festival a dos horas de Reno, en los que hablé con mi familia de cosas que en verdad importan; contando las que hacen un poco de daño.

Tan sólo unas horas antes, cuando ya era mi cumpleaños en Indonesia y aún no en México, aterrizó mi sobrino Diego con quien ahora siempre que esté en Asia compartiré cumpleaños. También, en estos dos años que atesoraré por siempre, decidí que pronto sería madre, coseché tomates de unas minúsculas plantas que me regaló mi socio Víctor y me acerqué un poco a aceptar esta que soy: así, tan amante del silencio y de las palabras.
Cumplí treinta y dos años, y cuando me desperté después de haber pasado la noche inquieta, esperando que fuera de mañana, como si aún tuviera ocho años, me entristecí por el silencio de la habitación y reconocí que nadie irrumpía desentonando Las Mañanitas con regalos en las manos.
Tomé mi teléfono que odio pase la noche a mi lado, abrí el maldito YouTube y busqué el triste collage de video que es la versión de Pedro Infante. Nunca he creído que a alguien le pueda gustar particularmente esa canción; no es algo que se escucha al limpiar la casa (como sí lo es Shostakovitch), pero… esa tonada, una vez al año «dedicada a ti» y algunas otras a la gente que quieres, marca un hito en la vida.
Algo dentro de mí tenía que escucharla y entonces entendí que esa es la angustia que se siente al no poder cumplir con un ritual que la costumbre y la infancia exige.

Las mañanitas me las medio canté yo. Después desperté al güero felicitándome, como si en lugar de mío fuese suyo el cumpleaños. ¿Cómo hacen para llegar a adultos los niños australianos?
No puede ser mi cumpleaños, pensé. Es posible que éste sea el día que más extrañe a mi familia.
Hoy cumplí treinta y dos años, que ya son treinta y uno más que muchos seres; veinte, diez, cinco. Y no sé cómo me siento porque llevo tres días con una tristeza que no logro amarrar con nada más que con la perdida de un trabajo que no quería, la incomodidad de un encontrón innecesario, el cumpleaños que siempre me asusta y un momento que aún no ha llegado. Hablé con mamá, en un principio sin querer y después flojita como un flan que puede sentir como aún existe un gran trecho hasta la aceptación y la paz interna. Mi primer regalo, un viaje a la playa, se canceló por el casting que no me dieron y su sustitución, el paseo a la montaña, se pospuso porque Agung anda echando fumarolas. Fuimos a un masaje deliestruendoso en un sitio en plena obra gris y comimos mi pizza favorita; después la isla reventó en lluvia y sin chamarras ni ponchos nos sentamos afuera de una farmacia a ver a la gente pasar.
Estoy de nuevo aquí, por quinta vez. Agradecida, bajo la lluvia, trastabillando con el idioma, comiendo a diario arroz y Tempe, confundida por el tiempo y la falta de prisas, sin saber lo que quiero hacer y segura sólo a través de las palabras que ahora he encontrado torpes y a trompicones: comienzo.
Porque si la escritura es tan parte de mí que ya soy yo… el no escribir me introduce en una especie de melancolía que trepa despacio y va adormeciéndome desde adentro. No me reconozco deseando dormir durante el día para olvidarme de mi propio yo, para olvidarme de que existo porque, ¿quién soy sin palabras?

Y viendo la lluvia caer en frente de la farmacia con el adoquín medio deshecho que predomina en Ubud, escribo una lista de las cosas que amo de este sitio…
- La sonrisa de los niños reconciliados con cualquier esquina.
- Cuando cae la lluvia y hace que la piel de todos se vea brillante.
- Las familias enteras en una motoneta buscando balance.
- El
olor atierra mojada . - El
sabor delkechap manis . - La lluvia cuando estoy en casa y tengo un buen libro.
- El verde limón que no he encontrado en ningún otro sitio.
- Las
seis treinta de la mañana. - La sonrisa de los balineses aún cuando no sé cuando e en verdad franca.
- Mi día tan mío.
También escribo una lista de lo que más extraño de México…
- Mi idioma.
- La familia.
- Poder llamar a Andrea a cualquier hora del día.
- El café en la esquina de casa.
- Poder escoger cualquier libro para ojearlo durante la noche mientras me tomo una copa de vino.
- Estar todo el día en mi departamento.
- El tumulto de algunas calles conocidas.
- El mercado de los martes.
- Mi taller de literatura de los sábados.
Cesó la lluvia y bastó que nos trepáramos en la moto rumbo a casa, para que se dejará caer con mayor rabia, como la tormenta tropical que no había sido. Hecha un puño entre la espalda del güero y el viento regresé a casa por los ríos que eran antes calles.
Llegando me puse a leer, porque estaba en casa y tenía un buen libro. Extrañamente no sentía que había sido mi cumpleaños. ¿Tengo ya treinta y dos? ¿Se puede pasar un umbral sin el rito que le precede?
Eda Sofía C.B. | 17 de marzo del 2019.
P.D: Después mi papá me envió un video con la tan deseada canción y la buena de Nicolle me la cantó en audio y sin edición. ¡Gracias!