mar

El mar tampoco tiene todas las respuestas

Es la tercera mañana que despierto aquí. Me levanta el ruido de los golpes que hace la escoba contra las paredes de madera de mi cabaña. Es la tercera mañana en este sitio al que he venido ya, me parece, tantas veces y en situaciones tan distintas.

Y así, como el tiempo no corre para atrás a voluntad, no puedo cambiar este viaje de huida por el de encuentro; porque el tiempo no se mueve en horizontal y no he aprendido a navegar sus múltiples planos, no puedo, amanecer con él o cenar con ellos discutiendo nimiedades.

Por eso, ayer, no podía escucharle tocando el tricordio, y tampoco puedo tenerte aquí, como hubiera querido, tomando un par de mezcales.

Porque nada es nuestro y lo único que en verdad me pertenece es esto: un cuerpo avergonzado y una cabeza que ya no entiende su propio idioma.

Aquí estoy, despertándome por el ruido de los golpes que hace la escoba contra las paredes de madera de mi cabaña.

Hoy es primero; cada vez estamos más cerca de mi cumpleaños; el que no quiero ni estoy preparada para recibir y sin embargo vendrá igual que todos los demás, de cara y gritando.

La gente a mi alrededor celebra y sonríe. ¿Se tiene que vivir en la playa para ser feliz? La pareja que está a mi lado le celebra pequeñas acciones a una vieja. Percibo que a los viejos y a los niños se les habla casi de la misma forma; condescendiente. Parece que ella no se da cuenta, pero yo creo que sí e igual permite, por deseo de compañía. Les ofrece café de su vaso y ellos beben pequeños sorbos un tanto forzados. Puedo ver que hay historia entre ellos, que se han conocido hace tiempo y ahora vuelven a encontrarse. Ella disfruta y entonces me pregunto si soy yo la única que ve las cosas de este modo; si eso implica que no disfrute la vida de la misma forma, sin embargo, ayer brincaba con las olas y recorrí kilómetros con el sol desfalleciente, pidiéndole que mostrara un camino. Me senté a una mesa con ocho desconocidos; hablé de mi país y, para ocultar mis miedos, escuché de sus viajes.

No cualquier día es el primer día del mes del año en que cumplirás veintiocho años; ¿o sí? Quiero quedarme aquí todo el mes; pero en unos días me iré a Costa Rica reafirmando que la vida es grande, que he sido afortunada y que sí, uno tiene algunas cosas y otras simplemente no. Yo tengo las más, pero sin duda, no puedo tenerlo todo.

Punta Zicatela es un paraíso, el final de una calle reservado para un pequeño pueblo de viajeros y bañistas. Los seis o siete restaurantes que hay son buenos; el puesto de frutas, barato; los tacos que descubrí ayer calle arriba, fabulosos; la mar, como debe ser, embravecida y dulce; el sol azota y la arena es blanca y suave. En mi cabaña me despiertan por la mañana, pero no pasa nada, porque ha salido el sol y es hora de estar afuera.

Me levanto y me ato un sarong a la cintura para salir a saludar al mar, después me siento en la parte de atrás de casa y pido un café con la firme intención de escribir, pero llega un amigo, uno de los chicos con los que ayer compartí unos cuantos cigarros; entonces platicamos, busco algo en común, el conocido o la anécdota que nos una en la telaraña de relaciones que es el DF. Después de unos minutos y varios intentos fallidos, a punto de darme por vencida, encuentro el ese hilo tan fino; el vínculo estrecho que nos une por varios frentes. Así y por ello, pasamos la mañana platicando, compramos té y lo compartimos platicando con más amigos en el hostal de al lado.

Ellos se van y yo regreso al mar. A las cinco treinta y ocho la gente comienza a gravitar hacia la paya; el día va llegando a su fin y de alguna forma, supongo, ésta en nuestra forma de agradecer lo que nos ha dado.

Leo; un libro que no habría querido escribir y sin embargo agradezco; pero ayer, leía palabras que me nombraban. Miro al sol, una pelota perfecta del color que más me gusta de las portadas Laika; le agradezco lo que viene: el trabajo, la escritura y una vida con el perfecto balance de la absoluta libertad que deseo y la estabilidad que necesito.

Le pido, como al Dios que no tengo y a veces me falta, que me muestre el camino. Ya es de noche, y la calle está en silencio, los pocos restaurantes que quedan, ostentan luces amarillas y algunas personas que platican. Yo, me he bañado por primera vez en tres días; los zapatos siguen en la maleta. Limpio el cuarto para disfrutarlo a mis anchas cuando regrese cansada y salgo por una buena cena.

Tiempo, un atún al que le agradezco profundamente su sacrificio, y esto, las palabras: insubordinadas bestiecillas que no por callar mueren. Durante la noche, escucharé, intercalado con el ventilador, el mar y como las noches anteriores, dormiré ligera, sin profundidad, como si hubiera venido a resolver algo, como si mañana, al irme, tuviera que tener alguna respuesta y yo, aquí, esperándola.

-Eda Sofía C.B.

1 de marzo del 2017 | Faltan quince días para mi cumpleaños .

Ilustración por la increíble [unglaublich] Julia Geiser

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