Texto escrito en agosto del 2014
Escribo, como todo lo que hago, desde una profunda pasión y desde mi circunstancia actual y de genero, lo cual es una realidad en sí misma. Soy mujer y puedo hablar de lo siento al serlo (a diferencia de todos aquellos que se creen con derecho a opinar sobre un género que no portan); el derecho a hablar de lo que es habitar este cuerpo y vivir en esta sociedad.
Pareciera que nacer mujer significa, de forma inmediata e incuestionable, que tendremos que pasar la vida luchando; ya sea por reafirmar o por traer abajo un imaginario social de lo que se nos ha dicho que debemos representar. No importa si nos favorece, si nos conviene o si nos gusta: ¡luchamos!
Estamos tan acostumbradas a tener que pelear, a pedir perdón, que se nos olvida que la única responsabilidad que tenemos es para con nosotras mismas.
Últimamente me he sentido bombardeada por campañas que, de una forma u otra, me informan lo que es “ser mujer”, enumeran mis “nuevas libertades”, y hasta se atreven a decirme cómo puedo -o debo- sentirme. (quiero aclarar que “deber” es uno de los conceptos más mierderos del mundo)
¿En verdad? ¡¿Será esta banalidad lo que nos haga sentirnos libres y nos mantengan en calma?! Hace apenas unos días me alentaban a empoderarme dejando crecer libremente el vello de mi cuerpo. Pero no nos distraigamos; la libertad no radica en la transgresora –o no- apariencia de nuestras piernas; en dejar el rastrillo o la dolorosa cera.
Ningún cambio que sea significativo se dará solamente en la superficie.
Al escribir, paró un momento y me doy cuenta de que me encuentro aquí sentada, acompañada por todo mi cuerpo. El mismo que se emociona cuando algún cartel le dice que no tiene que ser perfecto y que se encorva cuando cree –por minutos- que debe ser o verse distinto a como es.
¿Pero acaso radica, en las posibilidades finitas de nuestro físico, la libertad que tanto hemos buscando?
No perdamos el tiempo con empresas tan superfluas. Y si mientras tanto, yo decido portar un look “au-naturel” o eliminar hasta el último vello de mi cuerpo ese es un tema que no concierne a nadie más que a mí. A seguir la moda que nos acomode –como dice mi sabia madre-; y ese es otro tema.
Las campañas que hablan del empoderamiento como una liberación de los estándares de belleza están peligrosamente cerca de imponer otros.
Por lo tanto, estoy segura que aquellas mujeres por las que aún tenemos que luchar, ya que ellas no pueden luchar por sí mismas, están completamente al margen de estos vanos “problemas”. Porque “el cuerpo perfecto es un concepto que no existe” –y bastante idiota- cuando no se tiene acceso a la educación; porque, qué va a importarte emanciparte del rastrillo que no puedes comprar, cuando tienes que caminar seis horas para ir por el agua que a tus hijos les falta en el cuerpo.
¿Qué carajos importará luchar por la libertad de ser curvilínea, peluda o demasiado flaca, si te han enseñado que tu futuro reside en encontrar un marido? –sin importar lo bueno que éste sea-. No nos feliciten por ser fuertes; eliminen los abusos de los cuales hemos aprendido a defendernos. No nos feliciten por ser trabajadoras; páguenos un salario justo. No nos digan “libres” cuando lo único que hacemos es pelear por un derecho con el cual debimos de haber nacido.
Me ofenden las campañas ligeras y coloridas que conminan a una libertad superficial, cuando, en este mundo, hay mujeres que son violadas sistémicamente como instrumento de la peor opresión psicológica.
Nos falta es una lucha bien dirigida. Aprender a diferenciar entre un pleito contra la imposición de un ideal de belleza y una sociedad de consumo, a una honesta batalla de equidad de genero. Una lucha de humanidad que lleva años y aún confío bien podría cambiar la historia.
No me mal entiendan; yo siempre apoyaré y defenderé el acrecentar nuestra valía, nuestra individualidad y nuestra autoestima. Apoyo profundamente la libertad de elegir sobre nuestros cuerpos, nuestra apariencia y nuestra sexualidad, pero sin la fuerza ni el enfoque correcto, esa libertad no servirá de nada.
De nada nos sirve ser mujeres “emancipadas” sólo físicamente; estar convencidas de las formas de nuestros cuerpos y repetir en estribillo la seguridad que cargamos sobre la piel, pero vivir con temor ahondar en nuestros deseos y en los impulsos de nuestros sueños.
Luchemos por las pasiones que nos despiertan instintos de búsqueda sin miedo alguno a caer fuera de la norma.
Y pienso en los hombres, y sé que también ellos libran una guerra silente. Han crecido escuchando que deben ser fuertes y ahora es difícil soltar. Sé, que también ellos sufren de innumerables presiones sociales y también, me duele.
Sin embargo, nuestra opresión ha sido milenaria y se ha convertido en sistémica. El verdadero cambio no vendrá de unir nuestras fuerzas para quemar una pira de rastrillos; vendrá de las mujeres que puedan caminar con la cabeza en alto; o para el caso: como les dé la gana.
Vendrá de una mujer que a lo largo de su gran lucha personal y en medio de sus circunstancias, se sepa capaz de realizar proezas inigualables todos los días. Una mujer que haya labrado un discurso propio; con trabajo, estudio, preparación y sudor; que sepa lo que quiere y esté convencida de lo que es capaz. Con en corazón en calma pero siempre con la mirada en guardia, atenta al clima que la rodea y al llamado de su espíritu.
Una mujer presa en un campo de refugiados, que enseña a sus hijas cómo valerse por sí mismas, es una mujer que lucha cada segundo por retomar el poder que le ha sido negado.
Empoderémonos nuestras mentes para así, poder traer abajo las convenciones e imaginarios; resignificar nuestra posibilidad de ser: infinita. Empoderémonos, quienes podemos, como un deber, como una mano que extendemos a quienes en su camino encuentran más resistencia.
Lo más irresistible que tenemos es nuestra fuerza; lo más sexy, los pasos recorridos; lo más poderoso, las palabras. Nuestra libertad es el brillo que explota cada vez que somos en lugar de “deber ser”; y si la gente necesita parasoles, que se compren unos bien grandes, porque cada vez estamos más listas para reventar en luz.
-Eda Sofía
Todas estas impresionantes obras pertenecen a Tim Okamura