Nada equivale a la alegría de estar haciendo aquello que amamos. A encontrarnos en nuestro ambiente ideal, rodeados de lo que nos mueve, llenos de propósito, ganas y proyectos.
¿Lo has sentido? Esos días en que estás tan feliz que se te nota. Aquella vez que comenzaste un proyecto y sentías que tenías al mundo en la palma de tu mano. Recuerda…. Cuando estamos haciendo lo que amamos no lo podemos ocultar; es como si la risa iluminara todo nuestro cuerpo… nos invade un brincoteo alegre, cual niños emocionados.
Por eso hay que reconocerlo, ir tras ello y nunca dejarlo ir. No podemos permitir que se nos olvide, ignorarlo, dejarlo de lado o esconderlo.
La pasión necesita práctica y constancia así como el fuego necesita leña.
Tan sólo ayer, volviendo de un museo al que no iba hace meses, le decía a mi pareja: No sé cómo dejo que se me olvide la importancia que tiene para mí el arte; me pierdo en trabajo y entre cotidianidades, pero cuando un día de improviso me encuentro de nuevo frente a esa enorme potencia creadora, parece que todo mi interior se estremece y recuerda qué es lo que le hace sentirse vivo. ¿Cómo es posible que me permita olvidarlo?
El mundo en el que vivimos está, ya por demás, retacado de imágenes, textos, videos y personas diciéndonos cómo debemos vivir nuestra vida, qué comprar, cómo comer, cómo vestirnos y hasta qué pensar… Sé así, piensa esto, quiere esto, esto te hará feliz, prometen: Esto sí te hará feliz. ¡Qué difícil!
Por lo mismo, no es sencillo encontrar lo que en realidad nos hace felices, pero el entorno, sin duda, lo vuelve cada vez más complicado.
Es, sin duda, difícil identificar, en este ser tan cambiante que somos, lo que nos hace vibrar y a lo que queremos dedicarle nuestra vida, o la mayor parte de nuestro tiempo.
Es difícil detenernos en silencio y escuchar a nuestro corazón. Pero hay que persistir.
Puede ser que a veces tengamos un atisbo de ello, sin embargo si nuestros sueños se desvían un poco de la norma o van en contra de lo “esperado o establecido” entonces es fácil que sintamos que nuestra vocación es equivocada. Que nosotros estamos mal.
No es así; ninguna vocación es equivocada. ¿Quedo claro? Lo repito: Ninguna vocación es equivocada.
Las verdaderas pasiones, las vocaciones, siempre nos hacen bien y por consiguiente, le hacen bien a todos los que nos rodean. Tienen un deje de servicio porque nos hacen sentir tan profundamente felices, que esto por sí mismo le aporta algo al mundo.
Hacer lo que hacemos con amor, sin importar lo que esto sea, es un acto que tiene la posibilidad de cambiar al mundo. Hacer lo que amamos, nos cambiara a nosotros mismos.
El error sería creer que hay vocaciones para mujeres y vocaciones para hombres, vocaciones para jóvenes y para ancianos. Vocaciones para madres, para padres y aquellas que se quedan en sueños porque sólo le tocan a los afortunados. Sí, sin duda hay gente que nace con más oportunidades que otros pero cada vez estoy más convencida que la cantidad de dinero que se tiene no es directamente proporcional con la calidad de la vida o con la felicidad.
La abundancia es un estado del alma, y este sí esta relacionado directamente con ser feliz y estar haciendo lo que uno ama.
¿Fácil? No. ¿Vale la pena? Siempre. ¿La pasión en la vida es sólo una? No lo creo. ¿Cambia? Puede ser, sin embargo se mantiene en la misma línea.
Les contaré un poco de mi historia…
Nací -quiero creer- en un nublado día de marzo… desde que recuerdo he bailado, pintado, escrito y discutido. Discutido todo; discutir en el sentido amplio de la palabra, en un disfrute profundo por intercambiar ideas, conocimiento, planes, futuro, proyectos, formas de vivir, de ver la vida y sobretodo de defender mi autonomía. Mi padre bromea diciendo que salí del vientre de mi madre discutiendo por no querer salir. Después pasó el tiempo. Crecí y cambié de estilo e ideologías un par de veces: la tan hermosa pero atormentada adolescencia. Leí, leí y leí. Me inscribí en todas las clases que pude; arte, danza, fotografía, dibujo, etc. Y pasó el tiempo. Para no hacer el cuento largo… en algún momento entre mi adolescencia y mi adultez me llene de miedos, inseguridades y dudas. Me convencí de que la carrera que me movía el alma no sería suficiente, de que la literatura era para los críticos y todo lo que amaba podría estar bien de
hobby. Así de creadora pasé a querer cambiar el mundo de una forma “practica”, pero después de dos maestrías aún no sabía lo que quería y me fui por el mundo con la voz de mi madre repitiendo en mi cabeza: busca tu pasión y todo lo demás caerá en su sitio. Y viajé, y viajé y viajé. Y cambió mi entorno, los amigos, los miedos y las casas, pero lo único que se mantuvo vivo en mí como una pequeña flama, era el amor por el arte, la gente y la escritura. Lo único que hago por una profunda necesidad de hacerlo, es escribir. En vacaciones, entre tristezas, por celebraciones, a mis amigos, a mis padres, para resolver problemas, para comunicarme y sobretodo para entender y decodificar mi mundo. Ese regreso a casa fue alegre, una navidad en que convoque a mi familia, que siempre ha sido dulce y suave con mis confusiones y les dije, entre la emoción del llanto: quiero ser escritora.
¿Qué si me llevó tiempo descubrirlo? Quizá más del que hubiera querido, pero seguramente el necesario. Y aún ahora no puedo asegurar que esto que hoy me mueve el alma no vaya a cambiar. Pero qué importa; si cambia es porque he descubierto algo que disfruto con la misma intensidad.
¿Qué si es fácil? No. Llevo tres años escribiendo en todos mis tiempos libres. Esto significa que tengo que robarle tiempo al tiempo; entre un trabajo y otro, entre el gimnasio y el trafico, los fines de semana o en lugar de irme de fiesta.
¿Qué si vale la pena? Completamente.
Cuando encuentras tu pasión, hacerlo, hablar de hacerlo y sólo pensar en hacerlo te conmueve profundamente. Si yo pudiera sentarme y explicarles lo que me provocan las palabras, es muy probable que me ponga a llorar; como aquel día con mi familia y como cada día que leo mis escritos viejos en voz alta. No puedo evitarlo. Es como tener acceso a una parte de mí que se me olvida que tengo y que cuando vive, vive tan feliz que me sorprende.
Una vez un buen maestro me dijo: Encontrar tu vocación es como parirte de nuevo. Eres parido por segunda vez pero ahora por ti mismo y sales al mundo en busca de cumplir una misión. ¡Qué gran responsabilidad!
Sin duda, una de las cosas más importantes de la vida es descubrir cuál es nuestra pasión y nuestro propósito. ¿Qué nos enseña el maestro que llevamos dentro?
No creo que haya un tiempo preciso o un modo de hacerlo, pero estoy segura de que todos tenemos indicios muy claros y que a veces decidimos no ver; quizá por miedo, creencias o tedio.
Tenemos que hacer espacio y escuchar. No nos permitamos olvidar lo mucho que algo nos hace felices. La vida es muy corta y si ya hemos sido tan afortunados para estar aquí, hay que hacer que valga la pena. Vivirla con gusto.
Escúchate hablar, ponte en contacto contigo mismo: sabes lo que quieres mejor de lo que crees. ¡Ve por ello!
Venzamos el miedo de cambiar de camino cuantas veces sea necesario; de equivocarnos, de volver a empezar. No existen los fracasos porque a cada momento estamos aprendiendo.
Y me lo digo también a mí que cada día me angustio sabiendo que quizá nunca alcance a los Grandes; qué me desmotivo, que me abrumo con trabajo, con pendientes y con pequeñeces que colman mis días. Pero pasa el tiempo, me encuentro de nuevo escribiendo y en ese momento me doy cuenta que he olvidado el miedo.
Cierra los ojos y escucha tu intuición. Aquello que te hace feliz cambiará tu vida, y entonces tú, cambiarás tu mundo.
Con cariño, Eda Sofía